Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1200
Fin: Año 1350

Antecedente:
Los edificios y las formas

(C) Gema Palomo Fernández



Comentario

En esta situación se encontraban dos catedrales castellanas, cuyas canterías estaban en plena actividad en el último tercio del siglo XII (Sigüenza y Ávila), sólo que en este caso no se tratará de la introducción aislada de determinados elementos sin más, sino que se producirá, a partir de un momento dado, una reconversión general de la fábrica románica hacia el lenguaje propio de la arquitectura gótica. Es así como muros macizos, robustos contrafuertes, vanos angostos y abiertos en arco de medio punto, soportes de tradición románica (pilares de sección cruciforme a cuyos frentes y codillos se adosan semicolumnas, cada vez en mayor número) coexisten con cubiertas nervadas para los ábsides, bóvedas de crucería simple o sexpartitas, soportes ya góticos de núcleo cilíndrico y columnas alrededor, ventanas más amplias dotadas de tracerías, arbotantes, etc., de acuerdo con el vocabulario propio de la arquitectura ojival. Ávila es uno de esos monumentos en que la investigación de las nuevas fórmulas, a medida que éstas se iban experimentando en Francia, aparece más clara.
Otros edificios no se proyectaron con el pie forzado de una fábrica románica y las nuevas soluciones arquitectónicas que habían madurado ya en el solar francés se adoptaron desde el planteamiento inicial, aunque, como veremos, con ciertas peculiaridades. De éstos, dos iban a ocupar el lugar de antiguas mezquitas musulmanas: las catedrales de Cuenca y Toledo. En cambio otras dos ciudades contaban ya con una antigua catedral, cuyas canterías hacía tiempo que estaban cerradas. En este caso los viejos templos serán totalmente demolidos y sustituidos por otros modernos. Es lo que sucedió en Burgos, donde la iglesia mayor se había levantado, según los datos con que contamos, durante el último cuarto del siglo XI. El caso de El Burgo de Osma es algo diferente, pues apenas hacía unos años que se había concluido la primera catedral, cuando en 1232 -seguramente ante el ejemplo de lo sucedido en Burgos y Toledo-, se decide su derribo y sustitución por otra gótica. Es posible que aquí, dada la mayor modestia de esta empresa y la reciente conclusión del edificio románico, se utilizara la cimentación del perímetro mural, condicionando en buena medida sus proporciones. Muestra de ello es la ubicación de la antigua sala capitular, tardorrománica, abierta a la galería oriental del claustro del siglo XII y situada en línea recta con respecto a los absidiolos septentrionales del templo actual, lo que indica que la antigua cabecera se encontraba situada en el mismo lugar, y posiblemente con una organización similar a la que recibió en la fábrica gótica. Pero este condicionamiento no afectó a los elementos estructurales, para los que se acudió al ejemplo que ofrecían las canterías más próximas (especialmente Burgos, pero también Cuenca y Toledo), que ya se levantaban de acuerdo con los principios arquitectónicos del nuevo sistema gótico.

Como indicábamos en nuestra breve introducción, el origen de éste había implicado la utilización simultánea de una serie de elementos constructivos preexistentes (el arco apuntado y la bóveda de crucería), el desarrollo de nuevas técnicas (el arbotante), y su orientación hacia la plasmación de una concepción del espacio distinta y de unos ideales teológico-espirituales (en pocas palabras, la concepción del templo como la Jerusalén Celeste, transmitida por los textos bíblicos y teológicos, y la mística de la luz coloreada como medio de ascesis hacia la Divinidad).

El arco apuntado presentaba sobre el semicircular la ventaja de ofrecer una mínima superficie de resistencia, reducida a un punto, y facilitar el desplazamiento lateral de las cargas murales. La bóveda de crucería -sin entrar ahora en la problemática de su origen- consistía en el cruce en diagonal de dos nervios o arcos cruceros entre cuatro arcos de cabeza: dos formeros, sobre los de separación de las naves, y dos perpiaños limitando los tramos. Los cuatro espacios triangulares resultantes se cerraban con un casquete o plementería. En muchos edificios del norte de Francia se había hecho uso de una variante al añadir un nervio transversal, de forma que esa plementería quedaba dividida en seis paños o témpanos (bóveda sexpartita).

Desde un punto de vista tectónico, si en el cañón de la bóveda de aristas románica las cargas se desarrollaban en una superficie continua, la bóveda de crucería gótica concentra los empujes en los cuatro ángulos, donde los soportes se ocupan de transmitirlos al suelo. Fue precisamente por esto que si en la arquitectura románica los muros habían de ser macizos y los vanos escasos, el arquitecto gótico pudo perforarlos hasta lograr un total vaciamiento o desmaterialización mural. A ello contribuyó el arbotante, segmento de círculo que incide sobre los puntos exactos en que se reúnen esas presiones, trasladándolas por encima de las naves laterales hacia el exterior. Pero antes de su aparición se ensayó con otras soluciones. En las primeras experiencias con bóvedas de arcos cruceros se había utilizado un sistema de equilibrio propio de la arquitectura románica: la tribuna era una galería abovedada de la misma anchura que las naves laterales sobre las que discurría y que, entre otras funciones, contribuía al contrarresto de los empujes de las bóvedas de la nave alta. Como este sistema era contrario a los propios principios de la crucería, que como hemos visto suponía la reunión de los empujes en unas zonas concretas, pronto se vio la necesidad de introducir elementos de refuerzo; surgieron entonces pequeños arbotantes, que permanecieron ocultos bajo la techumbre de las naves laterales hasta que los arquitectos decidieron hacerlos brotar al exterior.

Con todas estas novedades experimentaron los maestros que trabajaban en las catedrales castellanas, hasta su definitiva asimilación en el periodo del gótico clásico. La bóveda sexpartita hizo su aparición en el coro de la catedral de Ávila, en el transepto y presbiterio de Sigüenza y en los dos brazos de la cruz en la de Cuenca. Por lo demás, se difunde por todas partes en las catedrales castellanas el empleo de la bóveda de crucería simple, tal y como se había configurado en la Isla de Francia, así como de la nervada de plementos cóncavos para la cubrición de ábsides poligonales, en cuyos ángulos simples columnas acodilladas o haces de columnas reciben esos nervios prolongándolos hasta el suelo.

En cuanto al sistema de contrarrestos, nuestra arquitectura gótica recorre también todo ese proceso de investigación que se había desarrollado en Francia. En general los arbotantes aparecen tarde y su aplicación no siempre es correcta. Previamente se había recurrido a aquel sistema de tribunas, que hemos comentado como propio de una arquitectura románica; así sucedió en la cabecera de Ávila -como en Santo Domingo de la Calzada o en la catedral de Tuy-, antes de que fuese desmontada y sustituida en fechas que aún no se han precisado, por los arbotantes que ostentan hoy. Fue en Burgos y en el doble deambulatorio de Toledo, y por supuesto después en León, donde se logró un buen uso de la técnica, ya asimilada por sus maestros. En Cuenca sólo se introdujeron en el cuerpo principal, quedando además inconclusos, mientras que en El Burgo de Osma -como también en Ávila, donde acabamos de ver que no formaron parte del proyecto inicial- da la impresión de que los arquitectos no hubieran comprendido plenamente su funcionamiento, ni extraído por tanto todas sus ventajas con vistas a la consecución de un muro diáfano.